jueves, 20 de noviembre de 2014

Haibun


Vuelvo al camino…


Brilla como recién acuñado, su tibieza resbala por mi piel llevándose el último pasmo de frío… el sol de primavera tiñe de sombras la acera.
Doy la espalda a la ciudad, la mañana dominical todavía bosteza por sus avenidas. Paso a paso abandono las últimas calles. Los postreros edificios parecen replegarse como si fuesen el telón de un gran teatro…y asoma el parque fluvial, un ramillete de sendas recorre su tez. Sin detener la marcha elijo camino al azar. Aunque el lugar no me es nuevo, paseo como si nunca lo hubiese transitado… es otro, soy otro… todo y nada ha cambiado.
Cruzo los puentes de madera que salvan el río, tres he contado, me gusta sentir el sonido hueco de las pisadas licuarse entre el susurro del agua; cierro los ojos… puede que así suene la eternidad.
Continúa la senda, continuo el paseo… me renuevo a la sombra de un gran aliso henchido de gorjeos, de una de sus grandes ramas cuelga una caja nido… abruma el silencio allí encerrado.
Otro puente, mi mirada hace equilibrios por la baranda salpicada de líquenes… una mosca se posa, destella el sol en sus alas.
Viento… al borde del río crecen unas amapolas… viento rojo, viento.
Florece el tojo, y la hierba de San Jorge se adueña de las cunetas haciendo de cada recodo un lugar en el que detenerse… una mariposa negra y roja revolotea. No hay flor que no tenga insecto, no hay insecto sin flor.

Continúa la senda, continuo el paseo… la mañana se desprende de su pijama, el sol picotea mi piel. Cerca de una arboleda planea una garceta, sin nubes en el cielo su vuelo no tiene igual. El camino se divide entre una colina silenciosa y un río manso… asciendo en espiral, como la serpiente por la vara de Esculapio.
En la cima cabecean las gramíneas y hierbas altas, el viento es el Rey de la colina. Tras de mí se deja sentir un fuerte aleteo, tres azulones huyen asustados. La vista, desde aquí arriba, se desboca, el mundo se ha vuelto ilimitado.

Y desciendo, retomo el camino del río, la corriente riza sus aguas… en esta mañana no se
necesitan alas de cera para alcanzar el sol, es suficiente con agacharse y coger entre las manos un poco de agua. Erguida, sobre una piedra desgastada, una garceta blanca se ampara a la sombra de los alisos.

Continúa la senda, continuo el paseo. Niños, mayores, mayores y niños en el camino… el camino es eterno, tiene la edad de quien por él transita.
Y un paso, y luego otro. El aire revuelve las margaritas haciendo de la cuneta una alocada pista de baile. Entre la algarabía, casi desapercibidas, crecen humildes unas orquídeas. Sin dudarlo me arrodillo para admirarlas… me siento empequeñecido en esa cuneta que también es altar. Miro, toco, huelo, contemplo… vivo.

No cabe más azul en el cielo. El plácido vuelo de una rapaz se ve alterado por el ataque de dos cornejas… se pierde la escena entre inaccesibles pinos… atrás queda el silencio que dejó su quejumbroso graznar.
El camino sigue, hermanado con el río. Los pasos se diluyen, se vuelven polvo.
El sol alcanza su cenit…


Aplastada,
una lagartija;
aún no ha comenzado el verano
(2014)




Asturias, donde la tierra siempre es verde.

Alfredo Benjamín Ramírez Sancho 
"Alberasan"



Pintura de Ando Hiroshige (1797-1858) 



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